domingo, 30 de marzo de 2014

El miedo ante mis ojos

Echando la vista atrás veo los fracasos de mi vida. No me asustan. También veo las oportunidades perdidas, los pudo ser y no fue. Me entristecen, pero no forman parte de mi ser. Lo único que me escuece recordar, lo que realmente duele por dentro, es cuando debí haber hecho algo y no lo hice. Por miedo.

En su momento creí tener una explicación completa para justificar mis acciones. Tan buena que parecía esconder una trampa. La oportunidad me decía ven, aquí estoy, esto es todo lo que hay sin trampa o cartón. ¿Por qué no me abres tu corazón? Busco en mis recuerdos y lo único que encuentro es miedo. Miedo a fracasar antes de intentar, miedo al ridículo, miedo a no estar a la altura, y sobre todo, miedo a lo desconocido.

Llevo en el mundo de la homeopatía casi toda mi vida. Corrección: la homeopatía lleva en mi vida casi todo mi existencia. Tenía veintipocos años cuando me atreví a viajar a la India para aprender y para conocerme a mí mismo. Entonces no tenía miedo, tan sólo algo de aprensión. Cuando salí de aquel país, un universo entero había atravesado mi cuerpo y mi alma. Era una persona diferente a la que yo mismo me esperaba. Pero me llevé algo que no quería: el miedo.

Ante mis ojos vi a personas desahuciadas por la medicina oficial, a quienes los médicos, personas bien intencionadas pero humanas, habían abandonado por imposible. Vi cómo se curaban. Los terapeutas que trabajaron a mi lado me enseñaron milagros que, de haberme sido contados por otras personas, no hubiera podido creer. Descubrí esperanza y felicidad en el corazón del mundo. Me ofrecieron la oportunidad increíble de permanecer con ellos como iguales, sanando seres humanos y aliviando sus dolores.

No lo hice. ¿Por qué? Nuevamente, por miedo. El recuerdo de mi familia pesaba mucho, y en el fondo no acababa de creérmelo. Había una trampa, pero estaba en mi mente, en mi herencia, en mis propios prejuicios.

Cogí mi mochila, más pesada ya, y continué viajando. Hice grandes amigos, algunos adversarios y unos pocos enemigos. Estos últimos acabaron ganando la partida, y nuevamente hice las maletas. Ahora veo que no eran tan poderosos como creía, pero ellos contaban con mi miedo. Los cobardes siempre cuentan con el miedo de los demás.

Finalmente, me afinqué en esta mi casa e hice muchos proyectos. Acabé en manos de gente sin escrúpulos, personas de sonrisa amable y traje impecable que escondían la negrura de su alma. Aún sigo en sus garras. Puedo quedarme con ellos y prosperar a condición de ser bueno y hacer lo que me digan que haga.

Pero ahora ha cambiado algo. Ya no tengo miedo. Ha sido sencillo: me limito a no preocuparme por lo que pueda venir. Las sombras del futuro son sólo eso, sombras, fugaces penumbras que desaparecen cuando las iluminas.

A finales del año pasado me encontré con mi camino. Tuve un accidente. No corrí peligro, pero la quietud de la convalecencia me dio mucho, mucho tiempo para reflexionar. ¿Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Qué nos impulsa a correr hacia el metro, hacia la oficina, hacia el parque donde hacemos algo de running? (creo que ahora se llama así). ¿Qué fuerza nos hace vivir en una vida en la que no encajamos, a la espera de tiempos mejores? Corremos durante unos minutos y nos sentimos libres. No lo somos.

Ahora estoy perfilando mi libertad. En unos meses, puede que tan sólo en unas semanas, este que os escribe dirá adiós a un trabajo frustrante y a una vida gris. Volveré a la senda que inicié hace años, cuando cogí mi vida y mi mochila para buscarme a mí mismo. Ya iba siendo hora.

¿Queréis saber qué será de mi vida? Ni yo mismo lo sé, pero ya tengo los nuevos planos de mi vida. Tiene que ver con homeopatía, con relajación de cuerpo y alma, con vivir una vida en lugar de dejar que ella te viva a tí. Tan sólo se precisa dejar de tener miedo.

No es fácil, pero yo lo he conseguido.

Ya no tengo miedo.

Yo, Pablo Manuel Dietersohn Luque, he dejado de tener miedo.

Y pronto seré libre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario